En este ejercicio debíamos recrear en algún momento una persecución con un parón en ella... espero que os guste mi ejercicio.
Cuestión de fe
Su momento había llegado. Nihil
Cofimoheil empotró el símbolo sagrado en sus manos, entrecerró los ojos, y
entonó la parte final del ensalmo que el resto de sacerdotes estaban por
concluir.
“Jurnus
tempsa Igriax au artres planax…”
Algunos
acólitos abrieron unas vasijas y esparcieron unas cenizas que, nada más tocar
el interior del pentagrama invertido, comenzaron a ascender y a converger en
torno a él, dibujando en el aire una suerte de espirales que aceleraban y
deceleraban caóticamente.
“Igriax
xacro et omin…”
Los
restos funerarios danzaron al unísono, fundiéndose unos con otros y terminando por
agruparse en una sola entidad: una delgada pero larga línea que serpenteaba por
encima de su cabeza adoptando numerosas formas (rostros, estrellas o criaturas);
hasta que, en el sumum de su orgía metamórfica, una explosión sorda dispersó
toda la ceniza dentro del perímetro.
“Et finalis
xacro destei Igriax proveere…”
El suelo
que pisaba el vicario empezó a manifestar una luz de un denso jade que, poco a
poco, fue engullendo todo lo que había dentro de los límites del pentagrama.
“Zi Igriax
prole”
Justo
cuando la última palabra fue pronunciada, y el silencio se hizo uno con la luz
que alumbraba ahora todo el templo, uno de los concurrentes rompió el círculo
y, precipitándose en aquel verde, se abalanzó sobre Nihil. Desde fuera,
convertidos sus rezos en murmullo, el resto de fieles observaron como su
maestro logró bloquear el ataque aferrando por las muñecas al agresor, el cual,
puñal en mano, intentaba redirigir la hoja para cortarle el antebrazo.
– ¡Los yermos de Igriax* me
esperan, es inevitable! ¡No puedes evitar el viaje!
El jade mutó bruscamente en un
amarillo intenso. La visión se hizo casi imposible.
– ¡El ritual solo era para uno,
fatalista**! ¡Se ha desestabilizado! –Dejó caer el arma y se agarró a él,
abrazándolo con fuerza.
Nihil pudo ver el símbolo de
Cyrstul*** grabado en su cuello. Intentó zafarse de la presa a la que había
sido sometido, pero un rodillazo en el vientre le quitó las pocas energías que
le quedaban tras quince horas de liturgia. El amarillo cambió a azul,
oscureciendo la estancia. Apenas podía ver que ocurría fuera, sus piernas no
podían seguir soportando los envites, tenía que evitar a toda costa salir,
aunque la resistencia pareciera fútil. Pero, cuando su cuerpo se acercaba
peligrosamente a uno de los límites del círculo, el azul torno en un gris
macilento y la luz adquirió una densidad que los atrapó, impidiéndoles así el
movimiento.
– No te veo, sucio iluminado… pero
lo conseguí –logró articular Nihil casi sin resuello.
– Solo has logrado un viaje de
ida, fatalista, y no se a donde… pero sí con quien.
En el exterior, el resto de
clérigos observaron como, donde antes estaban los dos contendientes, ahora solo
había un cubo sólido de una sustancia oscura.
Tras manipularla, y manifestarse
como totalmente inexpugnable, la dejaron en observación; semanas después se
transformó en líquido: no quedaba absolutamente nada.
***
El estruendo de una música
sintética le hizo despertar. Estaba tirado en el suelo, y no sabía donde había
ido a parar pero, a tenor de los innumerables pies que desfilaban a centímetros
de su rostro, estaba claro que no había llegado a los yermos de Igriax (su dios
no consentiría semejante despliegue de vida en sus dominios). Se irguió y oteó
en busca del clérigo de Cyrstul. No lo vio, pero sí se topó con un mundo que a
todas luces resultaba absurdo: un montón de gente se agitaba desenfrenada al
ritmo de una música estridente que surgía de unos poliedros negros que se
distribuían por varias torres de metal. A lo lejos, había un gigantesco
entarimado en el que podía leerse “Kraftwerk”, y sobre el que una especie de humanoides
artificiales se movían (o parecían intentarlo). Una hembra joven embutida en un
ceñido vestido de cuero se dirigió a él, pero no pudo entender lo que decía (por
lo que activó su anillo de comprensión idiomática).
–¡Ey, tío, me mola tu rollo!
¡Vaya conciertazo! ¿No? ¿Qué es eso, una túnica o algo así? –Dijo la mujer,
esgrimiendo un vaso alargado y translúcido.
Nihil acercó su nariz y
olisqueó.
– ¿Qué haces pavo? ¡Pero qué coño…!
– ¡Vicio…! ¡No sois tan
diferentes!
– ¡Como llame a mi novio te vas
a…! –El sacerdote atisbó al clérigo de Cyrstul, no terminó de escucharla. Se
lanzó a la carrera.
– ¡Aparta mujer!
Su enemigo se había percatado.
Nihil era más poderoso a distancia y lo sabía. A cada metro que avanzaba perdía
al iluminado y volvía a encontrarlo entre un mar de cuero y crestas. “¡Hijo de
puta!”, “¡no empujes!”, “Te voy a partir…”. Si seguía así se le escaparía, aunque todavía lograba
distinguir su capucha. De repente entró en un pequeño claro. Uno de aquellos
borregos lo derribó de un empellón. “Lo siento tío, estaba bailando”.
Cofimoheil se levantó y miró a lo lejos, ignorándolo. Apretó su símbolo y sus
dientes. No lo veía. No estaba. “Igriax vias lucis”, oró. Cerró los ojos, su
dios lo guiaría; su mano derecha se entumeció (todo poder conlleva un sacrificio).
Arrancó de nuevo a correr: nadando en la oscuridad, guiándose por las ráfagas
de aire entre cuerpos y una luz grisácea al fondo. Cada vez más cerca. Ahí
estaba. Lo veía. Abrió los ojos. A unos metros, atestada de bebedores, había
una barra metálica. No podía verlo, pero sabía que estaba allí. “Donde hay fé
hay resolución”, recordó.
– ¡Te veo! –Dijo en alto. Pero
el estribillo de una canción engulló su grito de victoria. “We are the robots, we are the robots”,
retumbaban los altavoces en aquella explanada.
El vicario de Igriax sonrió, hincó
sus rodillas en el terrizo y, con las palmas de las manos sobre el mismo,
entonó un cántico: - Igriax pater, Igriax morte, Igriax fuente, morte selecto,
Igriax pater, alto Igriax.
Una niebla mortecina se alzó
entre sus dedos, extendiéndose en torno a él. Según avanzaba, devoraba todo lo que
se encontraba en su camino: la piel envejecía, la carne se debilitaba, la ropa
se pudría, y todo, finalmente, perecía. Los tentáculos de Igriax acabaron llegando
hasta la barra, tras varios segundos y decenas de angustiosos lamentos. Para
entonces no quedaba nadie en pie delante de él. “We are the robots, we are the robots”, seguía
sonando. Cerró los ojos y volvió a enfocarse en la oscuridad: ya no
había luz grisácea, tan solo un vacío uniforme, puro. Esquivó cadáveres hasta
la barra y miró al otro lado. Allí estaba, acurrucado como un feto, consumido,
tan solo una carcasa; hasta costaba distinguir el tatuaje de Cyrstul en aquella
arrugada y cuarteada piel.
Alguien tocó su hombro. Se giró
con su símbolo en alto y se deslizó rápidamente a un lado de la barra.
– ¡Eh, eh, tranquilo tío, no voy
a hacerte nada! ¡Joder que real! ¿Esto es un viral no? ¡Dímelo tío! ¿Es un
viral, verdad?
Nihil miró por encima de su
hombro, una multitud se arracimaba a su alrededor: mirando los cuerpos, echando
fotos, y grabando la escena. No pudo evitar soltar una risotada.
– ¿Qué pasa tío? ¿Qué cojones te
hace tanta gracia? ¿Llevaba razón, no?
– Me río de lo que veo.
– ¿Y que coño ves, amigo?
– ¡Tierra fértil, amigo! ¡Tierra
fértil!
*Igriax: Dios del oscuro designio, creador de nada y
devorador de todo.
**Fatalista: Apelativo con connotaciones negativas que
utilizan los sacerdotes de religiones enemigas para referirse a los clérigos y
adeptos de Igriax.
***Cyrstul: Dios de la luz, revelador de la verdad y el
conocimiento, martillo de la oscuridad.
Cuestión de fe by Francisco José Tamaral Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
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