lunes, 2 de febrero de 2015

UN ÚLTIMO GUIÑO





UN ÚLTIMO GUIÑO

El sábado se cerró un ciclo.
La única estrella de ocho que aún titilaba en aquel universo de pelos, mordiscos, juegos y largas siestas, se apagó. Y si sucedió más tarde que pronto, y no fue de a pares como en otras ocasiones, fue por que tú, llegado el momento (los momentos más bien), decidiste que debías darnos una lección de vida, dividida esta en tantos fascículos como vicisitudes afrontaste. Estimaste oportuno enfrentar más de un mes de parálisis sin dejar de aferrarte a este mundo, aceptaste con alegría la perdida de ese ojo (esa séptima estrella) que te convirtió en nuestra cíclope, y, como si de ir a echar la quiniela se tratase, ibas batallando y venciendo rivales de nombres amenazantes, tales como piometra o pancreatitis. Te hiciste acreedora, sin duda alguna, del nombre de gladiadora que un día a bien se me hizo darte: Neeva.
Por desgracia, al igual que todo zapato tiene su horma, y a todo ser vivo le sobreviene la muerte, no menos cierto es que toda guerrera tiene alguna cicatriz que, antes o después, acaba tornando en herida fatal. Y aunque, una vez más, decidiste no bajar las armas y seguir plantando cara al enemigo, fiel a ti, como la superviviente que eras. El gigante esta vez era insuperable y, con todo nuestro pesar, decidimos contravenir tu naturaleza luchadora, evitándote así un combate tortuoso de visos oscuros. Tu dignidad estaba ya más que demostrada, ganada tiempo atrás. 
Tu partida fue dura, no soy ningún experto en despedidas (me cuesta creer que alguien lo sea). Y es que no tuve la amarga suerte de estar ahí cuando tu madre, padre o hermano, pasaron de ser alguien a algo (recuerdo como se apagó el brillo de tu ojo). Aun así, me alegra poder haber compartido esos últimos minutos, ese último segundo, en el que la espiración cambió su “s” por esa “x” que te alejó definitivamente de nuestro lado.
Recordaré siempre cuando, después de aquel trance, evocamos como llegaste a nosotros: prácticamente de rebote, con la pata rota, y tras haber sido denostada por una cretina a la quien sigo dando las gracias por semejante regalo. “Estaba de Dios que estuviera con vosotros” dijo uno de los veterinarios. Y yo, con lo agnóstico que soy, quise creer que una suerte de destino peludo y de cuatro patas así lo decidió, si bien que fuera causa del mismo azar me  parecería igualmente bien. Lo único que se es que, aún a día de hoy, me alegro de que así aconteciera; aunque todavía duela darse cuenta de que no volveré a encontrar meadas que esquivar de camino a mi cuarto (como buena viejita que eras no te cortabas en ello). Y es que, de la buena gente y los animales, uno acaba echando de menos hasta lo malo.
En definitiva, me quedo con lo que los cuatro: Laika, Thor, Apu y Neeva, me habéis transmitido todos estos años, con esas ocho estrellas que, de dos en dos, llevabais con vosotros: dignidad, carácter, nobleza, valentía, alegría, cariño, lucha… y vida.
Os echaré más que de menos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario