UN ÚLTIMO GUIÑO
El sábado se cerró un ciclo.
La única estrella de ocho que aún
titilaba en aquel universo de pelos, mordiscos, juegos y largas siestas, se
apagó. Y si sucedió más tarde que pronto, y no fue de a pares como en otras
ocasiones, fue por que tú, llegado el momento (los momentos más bien),
decidiste que debías darnos una lección de vida, dividida esta en tantos
fascículos como vicisitudes afrontaste. Estimaste oportuno enfrentar más de un
mes de parálisis sin dejar de aferrarte a este mundo, aceptaste con alegría la
perdida de ese ojo (esa séptima estrella) que te convirtió en nuestra cíclope,
y, como si de ir a echar la quiniela se tratase, ibas batallando y venciendo
rivales de nombres amenazantes, tales como piometra o pancreatitis. Te hiciste
acreedora, sin duda alguna, del nombre de gladiadora que un día a bien se me
hizo darte: Neeva.
Por desgracia, al igual que todo
zapato tiene su horma, y a todo ser vivo le sobreviene la muerte, no menos
cierto es que toda guerrera tiene alguna cicatriz que, antes o después, acaba
tornando en herida fatal. Y aunque, una vez más, decidiste no bajar las armas y
seguir plantando cara al enemigo, fiel a ti, como la superviviente que eras. El
gigante esta vez era insuperable y, con todo nuestro pesar, decidimos
contravenir tu naturaleza luchadora, evitándote así un combate tortuoso de
visos oscuros. Tu dignidad estaba ya más que demostrada, ganada tiempo atrás.
Tu partida fue dura, no soy
ningún experto en despedidas (me cuesta creer que alguien lo sea). Y es que no
tuve la amarga suerte de estar ahí cuando tu madre, padre o hermano, pasaron de
ser alguien a algo (recuerdo como se apagó el brillo de tu ojo). Aun así, me
alegra poder haber compartido esos últimos minutos, ese último segundo, en el
que la espiración cambió su “s” por esa “x” que te alejó definitivamente de nuestro
lado.
Recordaré siempre cuando, después
de aquel trance, evocamos como llegaste a nosotros: prácticamente de rebote,
con la pata rota, y tras haber sido denostada por una cretina a la quien sigo
dando las gracias por semejante regalo. “Estaba de Dios que estuviera con
vosotros” dijo uno de los veterinarios. Y yo, con lo agnóstico que soy, quise
creer que una suerte de destino peludo y de cuatro patas así lo decidió, si
bien que fuera causa del mismo azar me
parecería igualmente bien. Lo único que se es que, aún a día de hoy, me
alegro de que así aconteciera; aunque todavía duela darse cuenta de que no
volveré a encontrar meadas que esquivar de camino a mi cuarto (como buena
viejita que eras no te cortabas en ello). Y es que, de la buena gente y los
animales, uno acaba echando de menos hasta lo malo.
En definitiva, me quedo con lo
que los cuatro: Laika, Thor, Apu y Neeva, me habéis transmitido todos estos
años, con esas ocho estrellas que, de dos en dos, llevabais con vosotros:
dignidad, carácter, nobleza, valentía, alegría, cariño, lucha… y vida.
Os echaré más que de menos.
Un último guiño by Francisco José Tamaral Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
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