Bueno pues aquí va el tercer ejercicio de escritura libre.. este me ha llevado más tiempo modificarlo para hacerlo "digno" xD.. espero que guste. Gracias :)
Tercero de muchos. Ejercicio de escritura libre 11-08-2014 (Estaba triste)
Estaba
triste la princesa, más que triste… contrariada; y es que estaba que no estaba,
como un mono en un rascacielos: en las alturas pero en ciudad. Ya no solía
disfrutar de su castillo, no como antes: había goteras, un par de almenas se
habían venido abajo y para colmo, parte del personal, cocinero jefe incluido, estaba
de retiro espiritual.
Un día,
cabreada como un resoplo impaciente, corrió a echarle un rapapolvo al rey, su
padre, y lo digo para que quede claro, que es de sobra conocida la tendencia al
puterío y la cornamenta en las familias de alta cuna.
Se iría y no
volvería, no al menos hasta poder disfrutar de nuevo, como ella merecía, de sus
rincones preferidos de palacio: la sala de festejos, la gran biblioteca o la
cocina real. Estaba acumulando ya demasiado odio, y es que había cosas que no
soportaba, tales como: bailar entre cascotes, leer con el ruido de las
reparaciones o desayunar con operarios al lado. Desde luego no era lo suyo. ¡No
estoy yo para tonterías! –Solía decir.
Más pronto
que tarde, dispuso los preparativos adecuados y se echó al camino, segura de
encontrar un sitio adecuado para ella y sus dos mastines: Bro y Coli. Iba con
una idea poco definida de lo que buscaba; algo acogedor, diferente, donde se
sintiera ella misma, donde estuviera a gusto mientras los obreros se ganaban su
sueldo en palacio.
Fue,
atravesando el bosque de “Miratupordonde”, cuando avistó una pequeña casita de
campo. El sitio era idílico; una mezcla de castaños y robles dejaban pasar la
luz justa y necesaria. Se quedó prendada nada más bajar y pisar el tapiz de
hojas.
Ordenó a su guardia personal
acompañarla para ver como estaba la construcción, nadie dijo que viajara sola:
un par de soldados, un guía y una cocinera, ¡qué mínimo!
Atravesaron
una verja descolorida y se plantaron en la entrada.
–¡Vale! El
techo hundido, la puerta desvencijada… ¡y el interior a saber! –respiró
profundamente.
–Podemos
averiguarlo –Dijo uno de los soldados, mientras hacía gemir quejumbrosamente la
puerta al abrirla.
El otro
ladeó la cabeza para mirar: –sucia y vacía –anunció.
–¡Como el
bolsillo de un mendigo! –apostilló el primero tras abrirla del todo.
–¡Vamos manos
a la obra! –sonrió ampliamente la princesa.
–¿Cómo?
–¡Lo que
habéis oído! ¡Vamos a arreglar esto y lo vamos a hacer ya! ¡Me quedo!
Más
emocionada de lo que se había sentido en mucho tiempo, ayudó a desempacar sus
cosas, a limpiar, a clavar clavos, incluso a recoger leña seca para la chimenea.
Antes, en su corazón, justo cuando abrieron la puerta, supo que el único miedo
que tenía era que aquel sitio estuviese ya habitado.
Cuando la
terminaron de arreglar se sintió orgullosa. ¿Era una casa?, ¿un refugio?... no
sabía bien. El caso es que, de no tener un castillo, creía que podría vivir
siempre allí: con los aullidos nocturnos, el repiqueteo de la lluvia sobre el
techo y el amanecer con olor a tierra mojada y hoja caduca.
Empezó a
hacer vida allí, de una forma sencilla y austera, pero rica en formas que nunca
había imaginado antes: colores, olores, libertad y paz. Le costó mucho
deshacerse de sus criados pero, en cuanto recordó cuan efectivo era apelar a su
mandato y a su sangre real, no dejó opción a réplica. Quería disfrutarlo sola.
De cuando
en cuando, llegaba una caravana portando provisiones, a fin de cuentas no era
ninguna experta guardabosques. A su vez iba recibiendo noticias poco halagüeñas
del estado del castillo, frases como “los daños estructurales eran mayores de
los imaginados” o “las cosas de palacio van despacio” eran la tónica habitual
en estos comunicados. Pero cada vez le fue importando menos, se reía y se comía
una castaña.
Se comenzó a preocupar por
aquella casa y a mimar cada uno de sus centímetros como si nunca fuera a
abandonarla. Mantenía limpia la entrada, procuraba que las arañas no anidaran
en sus rincones y embellecía el interior con adornos que ella misma hacía con
lo que proveía el bosque: ramas, hojas, semillas y piedrecitas.
Parecía haber olvidado ser una
alteza, pero nadie deja de ser nunca lo que es.
Un día que se había echado el
frío definitivamente, y sus canes le hacían las veces de mantas junto al fogón,
llegó un mensajero real.
“El castillo está totalmente
reparado”, esa fue la misiva. Además, debía decirle que un conocido estilista
del sur del reino se había encargado personalmente de dar luz y color a cada
una de las estancias. El rey no había reparado ni en gasto ni en fasto.
La princesa, ahora más princesa
que nunca, salió disparada como un resorte bien engrasado. Dio órdenes precisas
de que enfardaran y llevaran todos sus efectos personales al castillo. Casi
olvida a Bro y a Coli, casi se olvidó de ser princesa, y de hecho algo que
seguro olvidó fue la chimenea encendida. La choza, que es lo que ahora parecía
después del abandono repentino, no ardió de milagro; ya que uno de los mandados
anduvo fino y redujo a cenizas el fuego. De no ser porque las cosas no se
ensucian solas cualquiera diría, segundos después, que aquel lugar llevaba
mucho deshabitado.
A su vuelta, todo fueron
celebraciones, todo lucía como nuevo, mejor que nuevo, renovado. Los cocineros,
limpiadores, sangradores, mozos de cuadra, cortesanas y un largo etcétera,
todos se mostraban abiertamente alegres de tenerla de nuevo de regreso.
Su padre, el rey, era el júbilo
hecho persona ese día. Se había encargado de que todo aquello, cuanto ella
quería, fuese tal como le complacía: los libros ordenados alfabéticamente, la
cocina luminosa pero no en exceso, el protocolo de la servidumbre correcto pero
no distante etc.
Pasó largo tiempo feliz, viviendo
la vida que quería . Pero las goteras
volvieron a calar con el tiempo, varias pilastras volvieron a ceder, incluso su
bufón preferido se dio a la bebida y tuvo que ser despedido (era un reino muy
moderno).
Mutó de nuevo en una experta en el
arte de refunfuñar, en la mirada de medio lado y en mascullar cosas feas al
paso de lo que le disgustaba.
Habló seriamente con su padre,
esta vez con auténtico quebranto, con pesar, no era un enfado. Volvió a irse.
–¿Recordáis aquel sitio al norte?
¿la casita en el bosque? –Preguntó a su guardia personal.
–Sí señora. –respondió uno–
aunque… –calló.
–El bosque es… mucho más
frondoso que antes –intervino el otro– ha pasado mucho tiempo, una presa cedió
cerca… posiblemente no esté en pie…
–¡No importa! ¡iremos! –algo
sonrió muy dentro de ella, en sus tripas y entre sus huesos; como solo un niño
pequeño sabe hacer todo el día, como sabemos el resto solo un momento, fugaz,
pero intenso.
A las horas ya se habían echado
al camino.
Según tornaba a aquella senda,
según la hacía y la sentía, pensaba que quizá hubiese sido un error irse. La
vida allí era fácil, plena y satisfactoria, era sencillo arreglar algo porque
era difícil que el roto fuera grande, todo estaba a mano, era confortable y
cercano, de tierra y madera y no de fría piedra pulida. Definitivamente era una
buena noticia volver…
Pasaron zonas oscuras y
empantanadas del bosque, el acceso no era el mismo. Temía no llegar, temía que
ya no fuera igual. Aún así, conservó la esperanza y siguió adelante, ayudando a
pasar a los percherones, incluso a
desatrancar con ramas las ruedas de las carretas. Según la espesura iba
abrazándola y engulléndola iba sintiéndose cada vez menos princesa: volvía a
sentir como suya la corteza, el rocío y la presencia de las ardillas.
El aire se hizo progresivamente
más limpio, la luz más abundante y la imagen cautivadora: los castaños seguían
allí, los robles se erguían imponentes, las hojas volvían a ser su alfombra,
¡su casa! Allí estaba todo tal cual lo dejó… no sabía como, pero todo aquel
fangal no había avanzado hasta allí. ¡Era un milagro, no podía ser otra cosa!
La casa… mal… desmejorada, ¡pero
no importaba!
–¡Vamos! ¡Ayudadme! Seguro que
terminamos en un rato –Se dirigió al umbral, ya que la puerta estaba caída.
La visión no pudo ser más triste, ninguna
palabra más valdría, solo esa. Hubiera cargado de buena gana con la humedad,
mil kilos de mierda, las reparaciones, todo el trabajo que quedara por delante,
hubiera empeñado uñas y nudillos en hacer de aquel lugar su sitio en el mundo…
pero lo que vio era insuperable: el techo hundido estaba anidado por varias
familias de mirlos y vencejos; y al fondo, el hociqueo característico de varios
jabalíes dejaban claro que los pájaros no eran los únicos habitantes. Miraba y
no veía nada suyo allí, se lo llevó absolutamente todo.
Ese ya no era su hogar.
La princesa, desolada, se giró y
le hizo un claro gesto a uno de sus guardias.
–¿Nos vamos?... ¿señora?...
–Parecía no entender nada.
–Sí.
–Pero… ¿dónde?
–Podemos coger la ballesta,
limpiar el lugar y des… –añadió el otro.
–¡No! ¡no! ¡no! –Le interrumpió
ella– Este ya no es mi sitio.
–¿Dónde vamos entonces? –se
encogieron de hombros.
–No sé… me da igual… una posada…
Se giraron, resignados, y se
dispusieron a devolver al carro los fardos que habían descargado.
Ella se volvió para mirar dentro
una vez más, y lloró, pero no por fuera, si no en sus tripas y entre sus
huesos; como no puede hacerlo un niño, como solo podemos el resto, con el paso
de los años.
Estaba triste by Francisco José Tamaral Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
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