Ya que he decidido hacer un ejercicio de escritura libre al día, me parece que es buena idea ir subiéndolos al blog. No serán relatos cortos acabados ni nada por el estilo, posiblemente tengan bastantes fallos (si es que los otros no los tenían ya) a nivel morfosintáctico y de más tipos, aún así los subiré tras hacerles pasar levemente por el taller... para que al menos no resulte lamentable leerlos. Pondré el día en que hice cada ejercicio y las palabras con las que comencé a escribirlo como nombre. espero que a alguien les sirva de algo, al menos para entretenerse. Dejo el primero :)
08-08-2014 - Ya estaban allí
Ya estaban allí, tras la puerta. Podíamos oír los reveladores “click” que hacían presagiar la acción. Tan solo un instante más y los tendríamos encima, con el pretexto de nuestra seguridad.
Nosotros ya lo habíamos leído en varios blogs de periodismo
independiente. Todo estaba yéndose a la mierda, Francia no era nada ya; solo un
enorme cementerio, “le grand croissant” decían los más subversivos de la red.
El silencio se hizo tras un último “click”, este más seco.
Nos sonó como a pistolas, armas de fuego de algún tipo, tampoco sabíamos mucho
de esas cosas, ¿esto no es como E.E.U.U. sabe? Pero… ¿tan mal estaba la cosa?
¿también aquí? ¿tan incontrolable se había vuelto aquella locura?... en fin…
La mano me sudaba cada vez más, y aquel enorme cuchillo, que
nunca había sido realmente útil en casa, iba a empezar a tener un uso
relevante.
Los ladridos de nuestros viejos podencos se hicieron cada vez
más y más constantes, el silencio que se hizo tras ese último “click” tampoco
les gustó nada. Finalmente se fueron corriendo hacia el salón comedor,
desgañitándose por el camino.
El sonido
de la ventana al romperse fue atronador, por un momento se confundió con los
gemidos ahogados de uno de mis vejetes, al otro ni siquiera llegué a oírle de
nuevo, nos volvimos tan rápido como pudimos.
Los sesos de Cuco y Morti vestían de blanco y rojo el sofá,
justo en el lado donde mi padre solía sentarse, él no había vuelto del trabajo
esa mañana…
Dos tipos con traje de ciencia ficción estaban recuperándose
de la caída, lo que yo y mi hermano aprovechamos. Pronto se dio cuenta uno de
ellos de lo fácil que es que te atraviesen, traje de ciencia ficción incluido.
El aliento se le fue al tipo rápidamente. En sus ojos no había rabia, ni ira…
nada, diría que solo miedo… ¿a qué? Iban armados, determinados por lo que se
veía y nosotros solo éramos: dos informáticos, un ama de casa y una cría de
cinco años.
Escuché una detonación. El otro cabrón, aún en el suelo,
había logrado usar una especie de pequeña arma verde. No se por qué, en ese
momento pensé que seguro era producto de una de esas súper impresoras 3D
israelí de último modelo. La expresión de horror de Juan me hizo girar la
cabeza. Mi madre cayó a plomo sobre la mesita de cristal, no se rompió de
milagro.
Cargué ciegamente contra el tipo a pesar de que me apuntaba.
Otra vez volví a ver esa expresión tras su máscara transparente: ¡miedo! Pero
había algo más, algo que le impidió detonar de nuevo aquel instrumento de
muerte. Me abalancé y lo sujeté. Nos retorcimos en el suelo luchando por la posesión
de la pistola.
El ruido de la pelea se confundía con el del lloro cada vez
más seco y desgarrado de mi hermana. Juan logró bloquear al tipo a la altura
del cuello con una presa. Logré arrebatarle la automática pero el gatillo no
cedía. Mi hermano me miraba apremiante, el esfuerzo que estaba haciendo le impedía articular palabra, aquel hijo de puta era fuerte. Así pues, cuando vi que mi hermano no podía más,
decidí abandonarme a mis instintos más primarios… golpeé una y otra vez su
rostro, con tal violencia que en varios impactos cedió la máscara, clavándosele
las esquirlas en la cara, no contento con dejarlo inconsciente (eso parecía)
continué, hasta que comprobé que el verde de la pistola se asemejaba al naranja
al pintarlo de rojo viscoso. Estaba muerto, y si no, poco me importaba.
Mi hermano
salió corriendo hacia mi madre. Estaba despatarrada sobre la mesita. De su boca
salía a duras penas un hilillo de aire que se hacía cada vez más y más
inconsistente, tanto como quejumbroso era el único sonido que lograba
articular: uno entrecortado y ahogado, una suerte de gorgoritos que nos dolían
en lo más profundo de nuestras tripas. No pudo despedirse ¿sabe? no con
palabras, pero apretó fuerte la mano de mi hermano mientras intentaba decirme
algo con la mirada… ¡la puerta!, ya no se oía nada, solo una sirena
desagradable que provenía de fuera, de la calle; un sonido penetrante y denso
que literalmente parecía quemarte los oídos.
¡Coge a Maria! Le dije a mi hermano ¡Ya vienen!
Acerté a
coger el cuchillo antes de salir disparado. Juré volverlo a manchar de sangre
justo antes de salir de casa…
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