Tú/Mi cubo de Rubik
Te
encontré: multicolor, pero en fragmentos; cuadrada, pero en espiral,
siempre en espiral. Y vertí mis tripas hacia arriba esperando que no
lloviera, encendido el cuarto oscuro que teme ser cegado. ¡Mira, son
mis piernas, puedes andar con ellas!, dije, para que me acompañaras
a lo desconocido, dije, a gritos de susurro de mudo, como yo solo sé.
Y palpé y pulsé y giré y bailé. Del rojo al verde y del blanco al
azul; alineando confesiones en un naranja coincidente, reincidente y
adictivo. Y abrí mi cabeza, a golpes de piolet del cristal
multicolor de tus ojos de gata muerta, haciendo de mí la caja negra
del avión de tus secretos. Y, palpando y pulsando y girando y
bailando, fui vistiendo tus múltiples caras de todos tus colores,
todos queridos. Y te di mis intenciones de ingeniero obstinado en
resolver el enigma de nuestras sonrisas deshilachadas. Y palpé y
pulsé y giré y bailé. Del rojo al verde y del blanco al azul. Y
escuché un clac, y tu mecanismo se
detuvo, todo se detuvo. Y esperé... esperé con la inocencia del niño perdido,
esperé para después desesperar con el pellizco del padre
angustiado. Y tus colores se desprendieron en cuadrados de a nueve,
dejando a la luz un cubo de plástico: negro, liso y sin ornamentos,
pero con unas espirales cinceladas con líneas aún más negras,
líneas que nunca llegarán a tocarse. Y dejé de palpar y pulsar y
girar y bailar. Y me detuve, gris, y lloré ceniza. Y me fui para,
desde la puerta, mirar atrás y recordar cada uno de aquellos
colores, todos queridos. Y tragué en una saliva negra una pregunta
que ya nunca te haré.