Inmersión: Acción de introducir o introducirse algo en un fluido, ambiente y/o ámbito determinado
Resulta curioso como la descripción formal de un término, cuyo objetivo es precisamente su comprensión, suele dotarlo de ese halo de complejidad que lo aleja de lo mundano y parece convertirlo, durante unos segundos, en casi una obra de ingeniería. No obstante, el acto iniciático y primordial de la inmersión, a pesar de no ser sumamente complejo, si que presenta un punto en común con toda acción que debe ser muy tenido en cuenta, la decisión del sujeto a la hora de realizarlo.
Las formas de inmersión son tan variadas como el número de personas que existen y la actitud que estas tomen al realizarla. Pero, a sabiendas de lo que gustamos los seres humanos de las clasificaciones, agrupaciones y similares (nos hacen sentir engañosamente seguros), realizaré un conato de organización de estas formas de inmersión en base a la decisión del sujeto.
Por una parte, hay individuos que entran en el agua del tirón. Seres valientes que sirven, con frecuencia, de referente para los demás. Personas que aceptan los caprichos del mar, así como las sorpresas, en forma de conchas y piedras, que aguardan desde la orilla. Gente que avanza con rapidez, que no le tiene miedo a lo que está por venir y aprende al ritmo que le marcan los golpes repentinos de ola. Son estos, nadadores natos cuya respuesta al pincho de un erizo de mar es extraerlo y seguir avanzando; siempre adelante, mirando rara vez atrás. Es una buena manera de hacer frente al camino, con resuelta decisión; pero si no se aprende de las pequeñas embestidas y no se atiende a los detalles, uno puede acabar estrellándose contra las rocas, devorado por un tiburón hambriento, o puede que algo peor.
Yo, como otros tantos, preferí medir mis pasos. Aprendí prematuramente a escuchar la planta de mis pies, a sentir las oscilaciones de las corrientes acuáticas, a preveer la altura de las olas. Midiendo, constantemente. Ver, sentir y escuchar ante cada paso, intentando aprender de cualquier nimiedad, sin desmerecer nada. Esto tiene sus ventajas, ya que la sumatoria de pequeños conocimientos lleva a una mayor comprensión del océano que antes, o después, te rodeará totalmente. Eso sí, el nado es mucho más lento, pudiendo entrar en una peligrosa dinámica de cómodo chapoteo, entiéndase nadar como un perro. Lo cual puede hacer mutar al nadador atento en flotador a secas, algo nada deseable.
Teniendo en cuenta estas dos diferentes actitudes, analizaremos finalmente la importancia de la mano guía, la que acompaña hasta la orilla al futuro Jacques-Yves Cousteau. Esta figura es la que alienta, no debe decidir, pero si ayudar y estar al lado. Hay dos casos, contrapuestos, en los que la falta de esta guía podría desembocar en la muerte del pez en la misma orilla, o poco más lejos. En el caso de un nadador aventurero, la valentía podría convertirse en temeridad, ¿para qué hacer una inmersión vulgar pudiendo saltar desde un acantilado?. Por otra parte, alguien demasiado cauto podría quedarse haciendo castillos de arena sin la ayuda de un empujoncito. Son, sin duda, dos formas tristes de acabar antes de empezar.
Partiendo de esta demasiado general base, podríamos decir que el siguiente paso consistirá en avanzar hacia aguas profundas; donde el hecho de no hacer pie supondrá un nuevo reto para el aspirante a Johnny Weismüller.
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